lunes, 1 de agosto de 2016

15:51:00
2
Se despierta con los rayos de luz solar atacando la fragilidad de sus párpados, iluminando cada surco violáceo que corre como ríos por su delgada piel, translúcida. Tanto que, si fueses una mota de polvo que se parase en sus pestañas, lograrías ver el lago verdoso que rodea un profundo pozo negro. Pero su lago últimamente padece de sequía, y cuando abre los ojos no veo en ellos el destello de las escamas de los peces que bailan brillantes al toque del sol. No veo las ondas del agua que causa el viento de la ventana. No veo moverse la calidez dorada cada vez que se gira.

Me mira sin verme, como si toda esa agua estuviese evaporándose, gris como su alma, y no le permitiese mirar más allá de la neblina.

Me mira como si quisiese estirar la mano y amarrarse cual barco a su puerto y no pudiese seguir remando, anclada en mitad de ese lago. Anclada en una vida que si no es suya no es de nadie, porque ni yo mismo me atrevo a respirar cuando despierta. Ya no me atrevo a reír, por si el sonido alterase a todas las aves que se posan en la tranquilidad acuática para pescar, huyendo como huye ella desde hace años.

Yo conocí su luz, acaricié sus olas con la punta de mis dedos y besé la tierra rica que baña su cuerpo. Y ahora solo queda un gris verdoso, una mano pálida que se agarra a las sábanas y un cuerpo que amenaza con quebrar sus huesos a cada paso.


2 comentarios:

  1. Lo que siento cuando leo dicho relato es que algo que conocías cambia y se convierte en tu agujero negro

    ResponderEliminar